Codicia, y en esto están de acuerdo todos los diccionarios que deseemos consultar, es el nombre que se le da a la ambición desmesurada de dinero y bienes materiales que nos llenan de riqueza económica y, por ende, de poder. En general, ese anhelo de poseer más de lo que se necesita lleva a las personas a cometer acciones reñidas con la moral y hasta con las leyes vigentes.
Codicia es un término que tiene su origen etimológico en el vocablo cupidĭtas del latín y es muy común asociarla a la avaricia. A tal punto, que hay autores que confunden (a propósito o no) los términos y sus definiciones.
Pero seamos claros: codicia es el anhelo desmedido de poseer bienes, riquezas o cosas en general por el simple hecho de evitar que otros las posean.
Diferenciación entre codicia y avaricia
En principio, basándonos en las definiciones que otorga la Real Academia Española, la gran diferencia entre codicia y avaricia radica en las intenciones de uso de las riquezas obtenidas. ¿Cómo es eso? Pues bien, dice el diccionario acerca de la codicia: deseo excesivo de poseer riquezas. Y sobre la avaricia, dice: anhelo desproporcionado por poseer y adquirir riquezas para entonces atesorarlas.
Queda claro que el avaricioso solo pretende acumular riquezas desproporcionadamente con muy poca, o ninguna, intención de utilizarla en alguna forma. En tanto el codicioso quiere acaparar todas las riquezas posibles, pero no teme utilizarlas como una inversión para generar todavía mayor riqueza.
Decíamos más arriba que la persona codiciosa no teme llevar adelante acciones que van en contra con la moral o, incluso, las leyes. Tomemos de ejemplo el caso de un empresario que instala un incinerador en una zona medianamente urbanizada y lleva adelante su emprendimiento descuidando el medio ambiente.
Sus prácticas le permiten ganar millones y no está dispuesto a ceder ante las presiones de grupos ambientalistas que demuestran lo perjudicial de su actividad. En cambio, sacrifica una parte ínfima de sus ganancias para sobornar a las autoridades competentes y seguir generando riquezas sin importarle las consecuencias sobre la comunidad que le rodea.
La codicia y la iglesia
La religión occidental, en particular el cristianismo, considera a la codicia como un pecado dado que, como hemos dicho, se asocia de forma inherente a las actividades ilícitas e inmorales, saltándose todos los principios de ética que puedan cruzarse en su camino.
De ahí que desde los primeros años del cristianismo aceptado por Roma, se ha escrito sobre los pecados más comunes en los que incurre la humanidad. De ahí que empezaran a fomentar la idea de “pecados capitales”.
¿Por qué “capitales”? Pues, como bien lo explica Santo Tomás de Aquino, son pecados de tal magnitud que llevan a cometer muchos otros. Como si fueran compuertas que se abren, permitiendo el paso de toda clase de vicios perjudiciales para el alma.
Con el paso del tiempo, muchos estudiosos dentro de la iglesia han elaborado una lista definitiva de siete pecados capitales, donde la codicia (o avaricia pues, dependiendo de quien escriba, usa una u otra de forma indistinta) ocupa el segundo lugar, detrás de la soberbia.
Tal es la importancia que el cristianismo le otorga a esta nefasta cualidad que en los evangelios de San Mateo y San Lucas se le asigna una palabra específica para definirla: Mammón. En la Edad Media, resultaba muy común culpar a algún demonio cuando se cometía algún pecado grave. Así, Mammón fue el nombre que se le dio al demonio que regía la acumulación desmedida de riquezas.