La palabra siome es un argentinismo, un vocablo que se utiliza en el lenguaje coloquial local y es utilizado a modo de adjetivo. Específicamente, se utiliza como un insulto e indica que decirle siome a una persona equivale a tratarlo de tonto, corto de entendederas. Según los estudiosos del lunfardo, una jerga muy popular en la ciudad de Buenos Aires y sus alrededores, la palabra deriva del vocablo genovés miscio y significa pobre, miserable.
Originalmente la deformación utilizada era mishio o misho.
Pero la costumbre de las personas que hablaban el lunfardo era de voltear las palabras (hablar al “vesre”), lo que llevó a transformarla en siome.
Un término, muchos significados
Como sucede con muchas otras palabras originadas en el lunfardo argentino, siome puede aplicarse con significados variables. Eso sí, nunca deja de ser un adjetivo calificativo (o descalificativo, en este caso).
Así, si bien su principal acepción es la de calificar a alguien de tonto, siome también suele aplicarse a cosas para desmerecer su valor o entidad, para hacer notar que debe ser objeto de poca importancia.
También solía aplicarse a personas ordinarias, que no han tenido la fortuna de completar estudios. En este sentido, casi por extensión, su aplicación alcanza a esas personas “que se la creen”. O sea, personas pedante, engreídos o pagados de sí mismos.
Otras veces, se lo utiliza como sinónimo de otros insultos como tonto, tarado, idiota que podemos encontrar en cualquier diccionario, o de otros insultos derivados del lunfardo como gil o gilastrún.
¿Qué es el lunfardo?
Decíamos más arriba que el lunfardo es una jerga muy difundida y popular en la ciudad de Buenos Aires y sus alrededores. Su origen es bastante impreciso, pero sus estudiosos están de acuerdo en que su surgimiento coincide con el avance económico de la ciudad y la gran corriente inmigratoria ocurrida en Argentina hacia finales del siglo XIX.
Estos estudiosos, entre los que se encuentran Mario Teruggi y José Gobello, establecen que el lunfardo surgió entre los delincuentes para desorientar a la policía tanto en la calle como en el interior de las cárceles.
Resulta curioso que la mayoría de las palabras tengan un origen italiano. Eso ha llevado a pensar que el propio nombre “lunfardo” sea una deformación de “lombardo”, no solo por el idioma sino porque así solían llamar a los delincuentes.
Con el paso del tiempo, muchas palabras traspasaron las barreras culturales y sociales, para instalarse en el hablar cotidiano. Mucho ha tenido que ver con eso el tango y, posteriormente, el llamado rock nacional argentino.
El insulto como arte
En 2012, el escritor mexicano Héctor Anaya publica su libro “El Arte de Insultar” donde recoge diferentes maneras de insultar, siempre a través de anécdotas que involucran a personalidades famosas de la historia y la literatura.
Es interesante leerlo reflexionar sobre el poder del insulto, de cómo una simple palabra puede lograr lo que Shylock no pudo en “El mercader de Venecia”, una de las obras de William Shakespeare.
En la obra, el usurero Shylock le presta dinero a Antonio y, en el acuerdo, se establece que si Antonio no paga en tiempo y forma, deberá entregar una libra de su propia carne. Naturalmente, Antonio no logra cumplir lo estipulado y Shylock solicita ayuda de la justicia. Pero la abogada de Antonio declara que “él te empeño una libra de carne, pero ni una sola gota de sangre”. Ante esta situación, Shylock se queda sin cobrar. Anaya afirma que “el insulto sí quita un pedazo de carne, porque logra lastimarte para toda la vida”.